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  • Grace Kelly se casó con Rainiero de Mónaco, tuvo lugar el atentado de Oklahoma y comenzó el levantamiento del gueto de Varsovia un 19 de abril

    Rainiero III de Mónaco y Grace Kelly
    el día de su boda. (GTRES)

    No quiero estar casada con alguien que se siente inferior a mi éxito, o porque gano más dinero que él” 
    La libertad de la prensa funciona de tal manera que no hay mucha libertad en ella” 
    ― Grace Kelly

    Un 19 de abril, en 1956, la actriz estadounidense Grace Kelly contrajo matrimonio con el príncipe Rainiero III de Mónaco, convirtiéndose así en la princesa consorte del microestado europeo. La ceremonia tuvo lugar en la Catedral de San Nicolás de Mónaco y a ella asistieron celebridades como Aristóteles Onassis, Cary Grant y Ava Gardner, además de ser seguida por una estimación de 30 millones de televidentes.
    También un 19 de abril, en este caso de 1995, un camión lleno de explosivos fue detonado en Oklahoma City frente a un edificio de la administración federal, causando la muerte de 168 personas e hiriendo a otras 680. El atentado fue perpetrado por Timothy McVeigh, un veterano de la guerra del Golfo, y Terry Nichols, quien le ayudó en la fabricación de la bomba. El ataque es el atentado con más víctimas mortales perpetrado en suelo estadounidense después del 11-S.
    Asimismo, en 1943 tuvo lugar el levantamiento del gueto de Varsovia, un acto de
    Judíos capturados por los nazis
    tras la rendición del gueto de Varsovia.
    (DOMINIO PÚBLICO)
    resistencia judía contra los planes de traslado de sus habitantes por los nazis al campo de concentración de Treblinka, situado en la zona oriental de Polonia. La revuelta, la mayor de cuantas protagonizaron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, se extendió hasta el 16 de mayo de ese año, y durante la misma perdieron la vida más de 13.000 personas.
    Además, en 1932 nació en Medellín (Colombia) el pintor y escultor Fernando Botero. Sus trabajos se caracterizan por la representación de figuras con volúmenes exageradamente grandes. Botero está considerado uno de los artistas vivos más reconocido de Latinoamérica.





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  • Posible retrato de Lucrecia Borgia,
    por Bartolomeo Veneto, c. 1510.
    Lucrecia Borgia
    Señora de Pesaro y Gradara
    duquesa de Bisceglie y
    princesa de Salerno
    duquesa de Ferrara,
     Modena y Reggio

    Nacimiento        18 de abril de 1480
    (Subiaco, Italia)
    Fallecimiento    24 de junio de 1519
     (39 años)
    Entierro              
    Convento de Corpus Domini,
    Ferrara, Italia
    (Lucrecia Borja o Borgia; Subiaco, 1480 - Ferrara, 1519) Noble y mecenas italiana a la que tradiciones poco fundamentadas atribuyen toda clase de crímenes y vicios, hasta el punto de haber sido erigida en prototipo de maldad. Último miembro influyente de la poderosa y corrupta estirpe de los Borgia, en su corte de Ferrara favoreció el mecenazgo de escritores y artistas y acogió a sus familiares tras la caída de su padre. Mujer extraordinariamente hermosa (su belleza angelical fue inmortalizada por Pinturicchio), Lucrecia Borgia creció en aquellas exquisitas y también depravadas cortes donde era común servir pócimas envenenadas a los invitados con elegante ademán y también sonrisa obsequiosa.

    Su familia procedía de Borja, una región española situada en los confines orientales de la sierra del Moncayo, en la actual provincia de Zaragoza, aunque en el siglo XIII se estableció en Valencia. Uno de sus antepasados, el obispo Alonso de Borja (1378-1458), pasó de Játiva a Roma y se convirtió en papa con el nombre de Calixto III, practicando desde entonces un descarado nepotismo que tuvo su principal beneficiario en su sobrino Rodrigo, padre de Lucrecia. Rodrigo, tras sortear la animadversión desatada por los romanos contra los Borja tras la muerte de su tío, se valió de su fortuna para hacerse 1492 con el papado, convirtiéndose en el papa Alejandro VI.




    Lucrecia Borgia 
    (detalle de un supuesto
    retrato de Bartolomeo Véneto)
    La familia se escindió en dos ramas cuando el mayor de los hijos de Rodrigo de Borja, Pedro Luis (1458-1488), compró el ducado de Gandía a Fernando el Católico y casó con una prima de éste, María Enríquez. Pronto ducado y esposa serían heredados por su hermano menor, Juan, mandado asesinar en 1497 por otro de sus terribles y envidiosos hermanos, César Borja, aunque los duques de Gandía permanecerían desde entonces ajenos a los asuntos de Italia, dando origen a una casta jalonada de personalidades notables entre las que destacan San Francisco de Borja, nieto de Juan, y el virrey del Perú Francisco de Borja y Aragón (1577-1658).

    Mientras tanto, entre la fecha en que Alejandro VI fue promovido a la dignidad pontificia y la de su muerte, que le acaeció en 1503, los Borja, que habían italianizado su apellido convirtiéndose en los Borgia, se fortalecieron en el poder hasta el extremo de que, por un momento, pareció que se podían adueñar de toda Italia, suscitando con su actitud la unánime inquina de las familias patricias de Roma.

    Además de Pedro Luis y Juan, Alejandro VI fue el progenitor de César, nacido en Roma en 1475, y de Lucrecia, cinco años más joven que éste, todos ellos nacidos de su amante Vanozza Catanei. El escudo de su familia llevaba un toro de oro sobre terraza recortada de sinople con bordura de gules cargada de ocho llamas también de oro. A pesar de la acomodación de su apellido a la lengua del país de adopción, padre e hijos mantenían en su correspondencia privada el catalán, dando con ello origen a una estrafalaria leyenda sobre el lenguaje cifrado utilizado por los Borgia, naturalmente alimentada por sus capciosos enemigos.

    Veraz es sin embargo el recurso frecuente que se les atribuye a un veneno secreto, probablemente arsénico, con el que despachaban expeditivamente a sus contrincantes políticos, pero esta apelación a los bebedizos ponzoñosos era relativamente habitual en aquella turbulenta y poco escrupulosa época, y no patrimonio exclusivo de los Borgia, como se ha pretendido maliciosamente. Baste recordar que Alfonso el Grande recibió una advertencia de sus galenos para que no leyera el libro de Tito Livio que Cosme de Médicis le había regalado, porque las páginas estaban impregnadas de un polvillo tan invisible como letal; que la silla de mano del papa Pío II apareció untada de un extraño veneno, y que toda Italia estaba intrigada por la composición del tósigo líquido con que fue asesinado el gran pintor Rosso Fiorentino.

    Alejandro VI, cuya actividad diplomática más relevante fue sin duda la célebre bula Inter caetera (1493), que repartía las tierras del Nuevo Mundo entre España y Portugal, casó a los trece años a su hija Lucrecia con Giovanni Sforza, pero cuatro años más tarde logró deshacer el compromiso alegando impotencia del marido. En realidad, su propósito era unirla, como así haría en agosto de 1498, con su segundo cónyuge, Alfonso, príncipe de Bisceglie, bastardo de la familia real de Nápoles, con quien tuvo un hijo, llamado Rodrigo, en noviembre del año siguiente.
    Lucrecia Borgia (supuesto retrato en
    La disputa de Santa Catalina, de Pinturicchio)

    Por aquel entonces César Borgia, que, como era de esperar, había tenido una fulgurante carrera eclesiástica, siendo nombrado obispo de Pamplona a los dieciséis años (1491) y arzobispo de Valencia y cardenal a los veinte, abandonó su condición sacerdotal y se casó con Catalina de Albret, hermana del rey de Navarra. En su cuerpo comenzaban a advertirse los estragos de la sífilis, pero ello no le impidió aliarse con el rey Luis XII de Francia y, tras recibir el título de duque de Valentinois, acompañarle en su conquista del Reino de Nápoles en 1501. Como prueba de buena voluntad, previamente había hecho estrangular en las gradas mismas de las escaleras de San Pedro al esposo de su hermana, Alfonso de Aragón, en agosto de 1500. Se cuenta que la víctima venía de asistir a un espectáculo muy poco edificante protagonizado por cinco meretrices.

    Éstas habían sido detenidas, acusadas de diversos crímenes y condenadas a la horca, pero se les ofreció la gracia de que se les conmutaría la pena si se prestaban a actuar como estatuas de la Voluptuosidad en la arena durante una corrida de toros. Ante la alternativa de una muerte segura, naturalmente aceptaron y aparecieron en la plaza desnudas sobre un pedestal y cubiertas por un barniz dorado. Los astados mataron a dos de ellas, que se movieron presas de pánico, antes de que los señores acribillasen con sus flechas a la bestia, pero las otras tres, que salieron ilesas de aquella fiesta atroz y fueron paseadas triunfalmente en el mismo carro que transportaba a los toros muertos, no corrieron mejor suerte, porque a pesar de los esfuerzos que hicieron por la noche para desprenderse del indeleble barniz que las cubría, fallecieron en medio de espantosas agonías.

    Fue entre esta fecha y la de su posterior y postrero matrimonio, en diciembre de 1501, con Alfonso de Este, primogénito del duque de Ferrara, cuando la vida disoluta de la Lucrecia veinteañera dio pábulo a la leyenda negra que se cierne sobre ella. Durante este período de alegre viudez se entregó a todos los excesos y orgías en el escenario corrompido del Vaticano, dando a luz un hijo fruto de amores incestuosos con su propio padre y llegando incluso a desempeñar por tres veces la máxima dignidad en los asuntos de la Iglesia.

    El eximio poeta vanguardista y desaforado pornógrafo francés Guillaume de Apollinaire noveló aquellos festines, desmesuras, obscenidades y escándalos en una obra maldita y poco conocida que se tituló La Roma de los Borgia, publicada en 1913 y raramente reeditada. Aunque el relato se centra sobre todo en las perfidias maquiavélicas de César Borgia, ofrece asimismo numerosos pasajes en los que describe las perversiones de su deslumbrante hermana. La novela atribuye, por ejemplo, los amores entre Lucrecia y Alejandro VI a una mala jugada de César. Fue en el curso de una de esas locas y licenciosas fiestas a las que se entregaban con gran pasión los romanos de la época. Estaban en ella presentes, junto a una multitud selecta de cortesanos, además del papa, sus dos extraordinarios hijos y la que, por entonces, era su amante preferida, Julia Farnesio.

    Después del banquete, amenizado con música de laúd, arpa, rabel y violón, y bien surtido de exquisitos vinos de Capri, Sicilia y moscatel de Asti, los regalados cuerpos sintieron llegada la hora voluptuosa. César Borgia, que actuaba siempre de maestro de ceremonias, organizó entonces el juego de las candelas, un divertimento consistente en que, mientras se apagaban las luces, los convidados se entrelazaban libremente y se besaban a su sabor. Las bocas de las mujeres eran copas donde los hombres bebían vinos generosos, al tiempo que las aliviaban de sus rasos y terciopelos y soltaban sus cabellos para que cayeran libremente sobre los senos desnudos.

    El juego, en el que estaba prohibido hablar y que servía de pretexto para desatar los apetitos febriles en una apoteosis orgiástica, consistía en mantener en la boca una candela ardiendo mientras todo el mundo hacía esfuerzos para apagarla, y era obligatorio caminar a cuatro patas. Por lo común las cortesanas reemplazaban enseguida las bujías por confituras que los hombres trataban de atrapar en la misma boca y nunca se tardaba demasiado en que la oscuridad se hiciera completa. Alejandro VI buscaba a su amante, a la que apenas podía reconocer por su collar, pero en el remolino de cuerpos César había quitado esa joya a Julia Farnesio y la había puesto al cuello de Lucrecia. Alejandro VI creyó tener así entre sus brazos a su amante cuando en realidad poseía a su adorable hija. La lasitud sobrevino tras los jadeos, y una luz tenue reveló la figura yaciente y encantadora de Lucrecia que dormía con placidez. Lejos de arrepentirse de aquella indeliberada monstruosidad, tras sobreponerse de la sorpresa inicial, el papa acarició los bucles sedosos de su linda niña.
    Detalle de un supuesto retrato de Lucrecia
    Borgia atribuido a Dosso Dossi (c.1518)

     En otra ocasión, cuenta también Apollinaire, un tal Eliseo Pignatelli ofendió de palabra a Lucrecia, siendo sus invectivas acogidas con agrado y sonrisas por los presentes. Indignada por esta afrenta pública, la hija del papa concibió una horrible venganza, y para ello se aprovechó de una de las fiestas habituales que ofrecía en el lujoso palacio de Santa María, en Roma, adonde acudían las damas más nobles y las más hermosas cortesanas.

    Durante los espectáculos que se representaban en el jardín, sus invitadas se acompañaban de delicados pajes de labios pintados de rojo y perfumados con algalia, almizcle y ámbar, cuya misión consistía en ofrecer a las mujeres, sentadas sobre los tapices que las protegían del fresco contacto con la hierba, trozos de torta, mazapanes y refrescos en bandejas de plata. Pero entre todos destacaba uno, admirable por su moldeado torso desnudo y sus blancos brazos de Narciso, que la anfitriona confió deferente a la encantadora cortesana Alessandra.

    La representación comenzó con la lectura de poemas de amor mientras el jardín iba siendo invadido por una completa oscuridad, a la que siguió una comedia con escenas mitológicas, amenizada por grotescas máscaras, disputas de locos y jorobados que se propinaban golpes con vejigas de cerdo. Pero antes de que la farsa concluyera las embriagadas damas habían hallado mejor distracción en los cuerpos flexibles y serviciales de los mancebos, quienes desarreglaban entre risas las sedas y encajes y dejaban la huella bermeja de sus labios en los rostros complacientes de sus frenéticas compañeras. Estando muy avanzada la velada y los cuerpos molidos y saciados, se convino en repetir aquellas orgías, y las alegres mujeres se despidieron envidiando sobre todo a la agraciada Alessandra. Pero la más feliz aquella noche era sin duda Lucrecia, sabedora de que la satisfecha Alessandra, amante del ahora cornudo Eliseo Pignatelli, no tardaría en contagiar a su detractor la ponzoñosa sífilis que su joven paje le había transmitido.

    Sea o no cierta esta cruel travesura y las anteriores circunstancias que rodearon el incesto que los historiadores parecen haber confirmado, la depravada Roma, que asistía impasible a que el Vaticano se hubiera convertido en un lupanar y a que en su seno proliferaran los crímenes sin tasa, difícilmente podía condenar la inmoralidad de Lucrecia Borgia, víctima de un tejido perenne de conspiraciones y de una época en que la vida humana apenas poseía ningún valor.

    Lo cierto es que Lucrecia celebró después su tercer matrimonio con el heredero del ducado de Ferrara y que, cuando se trasladó a su nuevo hogar, en febrero de 1502, apenas contaba veintidós años. Al año siguiente moría su padre y el ilusorio poder omnímodo de los Borgia se desmoronaba a manos de otras familias igualmente desalmadas y expeditivas. Algunos de los bastardos de César Borgia se refugiaron en la corte de su tía, en Ferrara, mientras que Jofre, uno de los hermanos menores de Lucrecia, se retiró a Nápoles, donde ostentó el título de príncipe de Squillace.

    Por su parte, el artero César Borgia sobrevivió muy poco tiempo al descalabro general, y después del breve pontificado de Pío III, desde el 22 de septiembre al 18 de octubre de 1503, la elección como sucesor del peor de sus enemigos, el cardenal Giuliano della Rovere, que adoptó el nombre de Julio II, acabó de un plumazo con sus ambiciones. Julio II no tuvo empacho en faltar a la palabra que le había dado a César y mandarlo detener en Ostia, obligándole a abdicar de todas sus posesiones en la Romaña, y en perseguirle más tarde con saña hasta que consiguió que Gonzalo Fernández de Córdoba le arrestase y le enviase a España. Allí padeció prisión durante dos largos años en los castillos de Chinchilla y de la Mota hasta que, en un nuevo alarde de astucia, determinación y temeridad, logró evadirse de este último. Murió, no obstante, poco después, a consecuencia de las heridas sufridas en una escaramuza en Navarra, en cuya corte se había refugiado.

    A partir de 1505, Lucrecia se convirtió, tras la muerte de su último esposo, en la duquesa de Ferrara, y durante algunos años por su brillante corte desfilaron artistas famosos como Ariosto y Pietro Bembo, que se consagraron a cantar su belleza y sus visibles encantos. Misteriosamente, por algún motivo inexplicado, en 1512, con sólo treinta y dos años y sin que su lozanía se hubiese aún marchitado, comenzó a gustar de la soledad y se apartó de los fastos cortesanos y de las pompas ceremoniosas. Se mostraba retraída y como si fuera la contramoneda misma de la dulce, alegre y desaprensiva joven que había sido, y esta actitud inopinada, lejos de delatar un carácter voluble y tornadizo, no hizo sino acreditar su obstinación y su firmeza, porque permaneció en ella hasta el fin de sus días, durante siete interminables años.


    Todas las especulaciones son válidas para explicar tan extraña actitud, incluso las de quienes suponen un tardío arrepentimiento y un recogimiento encaminado a rumiar las culpas y excesos de la vida pasada. Pero aunque esta beatífica e improbable versión de los hechos sea cierta, no podrá nunca creerse que Lucrecia se encerró en sus últimos años en una intransigente castidad, porque murió en 1519, desgarrada por los dolores, a consecuencia de un aborto.

    Lucrecia Borgia; Señora de Pesaro y Gradara



  • cultura


    Jeanne-Antoinette Poisson, duquesa-marquesa de Pompadour y marquesa de Menars, con paridad francesa, conocida como Madame de Pompadour (París, 29 de diciembre de 1721 - Versalles, 15 de abril de 1764), fue una muy famosa cortesana francesa, la amante más célebre del rey Luis XV, además de una de las principales promotoras de la cultura durante el reinado de dicho rey.

    Madame de Pompadour, la favorita de Luis XV de Francia, fue una de las mujeres más extraordinarias, cultas e influyentes del siglo XVIII.

    La vida Madame de Pompadour


  • 🐚🐚🐚🐚
      La locura se apodera en tu interior, 
    se puede seguir caminando, 
    se puede bailar hasta que el sol deslumbre las calles, 
    se puede respirar profundo y en el suspiro intentar echar cada mota de dolor, 
    puedes sonreír o al menos intentarlo una y otra vez. 
    Puedes agarrarte el pecho y decirte "Soy fuerte".
    Puedes correr hasta alcanzar tus metas, 
    puedes mirar el infinito cielo y darte cuenta de que el mundo es inmenso al igual que las dudas y las preguntas que se cobijan en tu mente. 
    Pero dime 
    ¿Cómo haces para hacer desaparecer la profunda y absoluta sensación oscura y desgarradora que hay en tu interior?



    Notas con Candy número 78


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                  y usted los comparte
           Notas con Candy número 76
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    QUERIDO NIÑA
    Hoy quería hablar contigo y recordarte por todo lo que hemos pasado, luego pensé que hemos pasado tantas cosas que no acabaría nunca si tuviera que escribirte toda nuestra aventura. Así que prefiero decirte algo mucho más importante, recuerdo que muchas veces estuvimos a punto de darnos por vencidos pero míranos aquí estamos ahora más completos que nunca, más maduros, más sabios. ¿Y sabes a que se debe? A todo lo que vivimos, por eso vengo a decirte que aunque a veces en mi presente te siga culpando de muchas cosas no es así, es más aunque a veces grite con fuerza "ojala pudiera viajar al pasado para cambiar las cosas" he aprendido que no es necesario, no tengo que ir hacia ninguna parte solo hacia delante. 
    Los errores y triunfos que cometimos en el ayer, nos han convertido en lo que somos hoy.

    Así que siento si a veces en mis días de tormento y bipolaridad asquerosa saco a relucir el álbum de fotos lleno de polvo que hay en la estantería y me pongo a recordar el ayer una y otra vez y de nuevo te culpo de que todo podría ser diferente si hubieras actuado de otra forma. 
    Claro que podría haber sido todo diferente, pero no habría sido igual de auténtico. Gracias por enseñarme a tropezar y levantar, a secarme las lágrimas una y otra vez, a sonreír con más fuerza que nunca. 
    Gracias por convertirme en la persona que soy hoy, y gracias a ti por ser la persona que eras ayer.
    GRACIAS.


    Notas con Candy número 76

  • Syria Poletti (10 de febrero de 1917-
    11 de abril de 1991)
    Sobre las épocas y los olvidos el sociólogo Horacio González, expresa: “No son los lectores sino las épocas (esto es, los lectores de hechos, no de libros) los que envían al desván los escritos que en algún otro momento fueron notorios. Una época los encumbra, otra los olvida, otra puede aún volverlos a contemplar".


    Al comenzar la década de 1960, ya existía entonces un público lector amplio en América Latina. La expansión de las ciudades y de las oportunidades educativas garantizó que una creciente clase media de profesionales y estudiantes universitarios leyeran con avidez las novelas de sus autores favoritos.
    En medio de esta vorágine la producción literaria de Syria Poletti (1917-1991) queda ensombrecida y, en este aspecto, quiero  darle su debido reconocimiento.

    SYRIA POLETTI; Escritora en el olvido

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